jueves, 27 de mayo de 2021

 

La terapia

 

Escribir, sí, escribir. y nada más ni nada menos que una novela. Tremenda tarea, sobre todo cuando se pretende esta sea buena.

Tantos talleres literarios, estudios, seminarios; en fin, ¡lecturas ni hablar!  Y tantos años, tantos y nada. Cada vez más lejana la ilusión.

El objetivo o el fin, mejor dicho, y aquí el  punto, sobre lo mejor dicho. El uso correcto del lenguaje, la técnica, el estilo. Cómo lograr la coherencia, la uniformidad.

Los personajes, tanta complejidad abruma.

Quiero mi voz propia o quizá bien robada y disimular la voz de otro, por seguridad.

Citar autores para darme corte, es pura pedantería, ya escribir pedantería suena pedante.

Escribir el final y luego ir para atrás, que  en realidad es el delante de lo otro. No tiene sentido.

Tantas preguntas, tantas. Por tal, voy a ensayar este camino, que por el momento es la única salida que encuentro.

Una novela quizá, o bien un cuento, no lo sé. Sí sé,  de sólo apuntes, un ejercicio o bien varios en uno, y listo.

No hay escape, comienza el viaje. La aventura el desafío. Me doy ánimos.  Siendo todo tan incierto.

Comienzo:

Jorge Amadeo Guglielmone, escritor novel. No publicado. Con severos trastornos de personalidad. Acude a su cita semanal con sus terapeutas.

Los doctore Eggs  y Hands decidieron atender juntos a Jorge, ya hace algún tiempo. La cita semanal se viene cumpliendo con rigurosidad.

Los terapeutas coordinaron inicialmente la atención de Jorge de esta manera: Acondicionaron un consultorio doble, es decir todo por dos. Dos divanes, dos escritorios, dos sillones, dos fotos de Freud. Todo repetido; plantas; adornos;  hasta unos juguetes extrañamente colocados en los rincones.

Jorge abrió la puerta esa tarde y dijo: Anoche soñé.

Los profesionales se miraron, asintieron con sus cabezas entre si, Luego el doctor Hands  dijo: adelante.

“Soñé que estaba en un edificio en ruinas, una edificación grande, como un hotel, vacío, abandonado.

No tenía aberturas, escaleras rotas, todo sombrío y tenebroso.

Se veían algunas pocas personas muy a lo lejos. Yo daba vueltas por ahí un poco confundido.

Luego de estar dando vueltas, me encontré en un parque muy grande. Comencé a correr hasta que me topé con una puerta-reja, enorme; oxidada; antigua.

Trepo desmesuradamente, y al llegar al final me encuentro con un alambre de púas. Logré sortearlo. Del otro lado ya, al tocar el suelo comencé a correr, luego de eso no recuerdo más.”

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