jueves, 27 de mayo de 2021

 

El empleado del correo.

 

Comencé mi colección de cartas de una forma muy casual. Una picardía, un día se me ocurrió   

y así sin más, comenzó mi obsesión.

La elección de la carta era aleatoria; un día el tipo de letra; color; estampilla; o pura intuición.

Trabajar en el correo era una bendición, que daba placer, seguridad e impunidad.

La idea era leerlas luego de mi jubilación, eso me daba una gran expectativa, y la seguridad de

un pasatiempo para ese futuro dudoso e inseguro.   

Durante décadas se habían acumulado, poseía  una cantidad enorme, pero enorme fue mi pesar también.

Después  de años de ansiedad y tensión. Me veo privado de esas epístolas. La salud me alejó de ellas, hoy estoy al borde de mi partida. Preso de mi pecado y del peso de aquellas almas que les fueron arrebatadas sus misivas.

Que pena que todo esto dicho sea producto de mi senilidad, jamás me quedé con algo ajeno.

Salvo esa, sí, esa, que decía: “no dudes en robar cartas, en un futuro desaparecerán”.       

El destinatario era yo, por lo tanto no cuenta como robo.

Pronto no habrá nada, como ahora, como antes, como siempre.

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