La terapia
Escribir,
sí, escribir. y nada más ni nada menos que una novela. Tremenda tarea, sobre
todo cuando se pretende esta sea buena.
Tantos
talleres literarios, estudios, seminarios; en fin, ¡lecturas ni hablar! Y tantos años, tantos y nada. Cada vez más
lejana la ilusión.
El
objetivo o el fin, mejor dicho, y aquí el
punto, sobre lo mejor dicho. El uso correcto del lenguaje, la técnica,
el estilo. Cómo lograr la coherencia, la uniformidad.
Los
personajes, tanta complejidad abruma.
Quiero
mi voz propia o quizá bien robada y disimular la voz de otro, por seguridad.
Citar
autores para darme corte, es pura pedantería, ya escribir pedantería suena
pedante.
Escribir
el final y luego ir para atrás, que en
realidad es el delante de lo otro. No tiene sentido.
Tantas
preguntas, tantas. Por tal, voy a ensayar este camino, que por el momento es la
única salida que encuentro.
Una
novela quizá, o bien un cuento, no lo sé. Sí sé, de sólo apuntes, un ejercicio o bien varios en
uno, y listo.
No hay
escape, comienza el viaje. La aventura el desafío. Me doy ánimos. Siendo todo tan incierto.
Comienzo:
Jorge
Amadeo Guglielmone, escritor novel. No publicado. Con severos trastornos de
personalidad. Acude a su cita semanal con sus terapeutas.
Los
doctore Eggs y Hands decidieron atender
juntos a Jorge, ya hace algún tiempo. La cita semanal se viene cumpliendo con
rigurosidad.
Los
terapeutas coordinaron inicialmente la atención de Jorge de esta manera:
Acondicionaron un consultorio doble, es decir todo por dos. Dos divanes, dos
escritorios, dos sillones, dos fotos de Freud. Todo repetido; plantas; adornos; hasta unos juguetes extrañamente colocados en
los rincones.
Jorge
abrió la puerta esa tarde y dijo: Anoche soñé.
Los
profesionales se miraron, asintieron con sus cabezas entre si, Luego el doctor
Hands dijo: adelante.
“Soñé
que estaba en un edificio en ruinas, una edificación grande, como un hotel,
vacío, abandonado.
No
tenía aberturas, escaleras rotas, todo sombrío y tenebroso.
Se
veían algunas pocas personas muy a lo lejos. Yo daba vueltas por ahí un poco
confundido.
Luego
de estar dando vueltas, me encontré en un parque muy grande. Comencé a correr
hasta que me topé con una puerta-reja, enorme; oxidada; antigua.
Trepo
desmesuradamente, y al llegar al final me encuentro con un alambre de púas.
Logré sortearlo. Del otro lado ya, al tocar el suelo comencé a correr, luego de
eso no recuerdo más.”